marzo 02, 2006

¿Qué nombre le ponemos?

No existe un manual de instrucciones para bautizar a los teatros, museos y demás recintos culturales, pero sí se escribiera, la primera regla debería ser: nada de políticos.

Hasta donde se sabe, ningún salón de la residencia oficial de Los Pinos o del Palacio Nacional lleva el nombre de algún artista, entonces ¿Por qué en los campos de batalla del arte y la cultura sí se cuelan los nombres de presidentes y gobernadores?

Es curioso el rating que tienen los juaristas en ese apartado. El principal teatro de Guanajuato lleva el nombre del “Benemérito de las Américas” (al igual que otros siete teatros del país, por lo que original no es), mientras que el Manuel Doblado de León y el Degollado de Guadalajara, llevan los nombres de dos de sus generales.

De los 22 teatros y escenarios guanajuatenses que tiene registrados el Conaculta en su catálogo de infraestructura cultural, sólo tres llevan el nombre de artistas: el Angela Peralta de San Miguel; el Cervantes, de Guanajuato y el María Grever, de León. ¿Tan escasos andamos de próceres artísticos?

Otra de las reglas debería ser no bautizar con un nombre ya muy usado. ¿De verdad necesitábamos otro letrero de “Diego Rivera” en la Casa de la Cultura de León? De lo que se deriva otra norma: no bautices algo que ya es conocido. ¿Quién de ustedes le dice el nombre completo (acuñado en el 2000) a la institución alojada en el antiguo Hotel México de la Plaza Fundadores?

Y si bautizas algo que ya es conocido, machaca el nuevo nombre hasta que se grabe en la mente de todos. Una experiencia exitosa es el Domo de la Feria, del que ya casi no nos acordamos que se llamaba Auditorio Municipal (todo un despropósito, porque de auditorio no tenía nada).

Tampoco deberíamos de ser ingratos. Indudablemente el noble párroco era muy querido, pero ¿por qué la Escuela de Música del municipio se llama “Silvino Robles” en lugar de “José Rodríguez Frausto”? A final de cuentas, éste segundo personaje (fallecido el año pasado), no sólo fundó la citada institución, sino también la Escuela de Música de la Universidad de Guanajuato y su Orquesta Sinfónica. Más aún, el nombre de Silvino Robles ya estaba indisociablemente unido al de otra escuela, esta sí suya, la de Música Sacra.

Todo esto viene al caso ante la inminente apertura del Centro Cultural Guanajuato. Una de las salidas más dignas, a medio camino entre el bautizo político y el artístico, es emplear nombres genéricos, como el que de hecho ya se oficializó para este complejo cultural. Lo malo de esa alternativa, es lo frío e impersonal que suena el asunto.

Con la biblioteca no hay mucho pierde, se puede llamar tranquilamente Biblioteca Central de Guanajuato. Para el caso del Museo, habrá que tomar en cuenta su vocación y perfil (¿arte contemporáneo o bellas artes en general?), pero donde la cosa está más difusa es en el teatro, precisamente el espacio que, sabemos ya, no estará listo en este primer paquete.

Puede parecer excesivo preocuparse por el nombre de un teatro que todavía no existe, pero más vale irnos previniendo y buscar algo de consenso. Podríamos devolverle la ironía a Jorge Ibargüengoitia poniéndole su nombre al teatro más grande de la ciudad que él denominaba Pedrones (por aquello de que decía que ahí “se confunde lo grandote con lo grandioso”.

¿O que tal el nombre de “Efrén Hernández”, uno de nuestros máximos narradores? ¿O el de “Luis Long”, el arquitecto que encaminó a la ciudad al siglo 20? Este último título tiene el beneficio de ser corto y pegajoso. ¿O el de “Fidel Sandoval” el ilustrado sacerdote y académico de la lengua que animó la vida cultural a través de Oasis por varias décadas?

Lo que sea, pero no caer en el error de quienes bautizaron con el nombre de un cacique (“Tomás Garrido Canabal”) al parque tabasqueño embellecido por el toque de Teodoro González de León.

Publicado en AM León el 18 de febrero de 2006.

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