Hace algunas semanas, cuando las campañas electorales estaban en su apogeo (como si ahora ya se hubieran acabado), observaba en las propuestas de un ex candidato que mencionaba tres veces la palabra cultura, pero, ¡oh, curiosidad! Nunca las aplicaba a lo que ortodoxamente se considera cultura-cultura.
Y es que pareciera que no hay vocablo más plurifuncional que cultura. Tenemos cultura ecológica, cultura del agua, cultura del consumo, cultura del desperdicio, cultura vial, cultura cívica, cultura empresarial, cultura del placer y hasta cultura del fraude.
Sin discriminar, le ponemos el apelativo de cultura tanto a prácticas y conductas positivas, como negativas, como si quisiéramos demostrar la amoralidad de la palabra. Y es que si bien, por cultura no se debe de entender, como tradicionalmente se hace, solamente ese paquete donde vienen las bellas artes y el conocimiento ligado a las ciencias humanísticas, tampoco hay que abusar. O lo que es lo mismo, está bueno el encaje, pero no tan ancho.
Y es que habiendo tantas culturas, es paradójico que siga considerándose que una persona culta es aquella que tiene ya su tarjeta Amigo FIC, es visitante asiduo de los museos, no se pierde un concierto de
La verdad es que ser culto implica más que eso. Es más sencillo y a la vez más complicado. Ser culto tiene un significado quizá más ecológico en tanto que implica una relación entre el individuo y su entorno. Ser culto es tener un equipaje cargado de formas de actuar, conocimientos (no necesariamente académicos) y experiencias que permiten entablar contacto con los demás y asumirse como parte de una colectividad.
Es por ello que cuando algún coreano nos invite a comer perro, podemos decirle cortésmente, “No muchas gracias, en mi cultura no acostumbramos eso” (cuando menos, no que nos demos cuenta, ¿verdad, señor taquero de los de suaperro?).
Hay muchas formas de ser culto y la gran mayoría de ellas no pasan por un museo. ¿Es usted de los que se estaciona en los lugares para discapacitados porque “sólo me voy a tardar 3 minutos”? ¿Es de los que ve al auto de enfrente prender la direccional para cambiar de carril y lo interpreta como “debo rebasarlo antes de que se cambie”?
Si es así, no importa que se haya comprado “La cultura” de Dietrich Schwanitz, usted no alcanza a calificar como culto.
¿Va al Cervantino? Probablemente es culto. ¿No pisa ningún espectáculo porque lo detuvieron por andar tomando en la calle? Definitivamente no lo es. ¿Fue a votar? Tal vez es culto. ¿Le recuerda el 10 de mayo a los perredistas apostados afuera de los Consejos Distritales del IFE? Equivocación, no lo es (y no, no voté por AMLO).
¿Es usted maestro? Muy probablemente sea culto ¿Es de los que quemaron el escenario de
¿Ya puso su letrero de “No estacionarse” en su cochera, pero no ha podado el arbolito que tiene a un lado de ésta y que ya no deja pasar a los peatones? Usted es de los que quieren la cultura en los bueyes del compadre.
Como se ve. Ser culto es un trabajo intensivo de todos los días. Tan sólo nos levantamos de la cama y ya el mundo nos anda soltando toritos para que demostremos nuestra cultura (¿le jaló la palanca al excusado y tapó la pasta de dientes?). Podría ser muy complicado, pero en realidad no lo es. Gran parte de la lección ya nos la dio nuestra mamá el día que nos dijo: “Pórtate con los demás, como te gustaría que se portaran contigo”.
Ya viene, ya viene
La gran inauguración del Centro Cultural Guanajuato. A media semana, Laura Lozano, directora del conjunto, anunció que será el 7 de septiembre cuando se presenten al público las primeras instalaciones del ambicioso complejo: la biblioteca, la unidad académica y la primera fase del museo. También se espera colocar la primera piedra del teatro. Hay que ser cultos y acudir no nada más a la inauguración, sino hacer parte al Centro Cultural de nuestra vida cotidiana. Verán que hasta nos va a gustar.
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