Hace una década, el cineasta canadiense de origen armenio Atom Egoyan, creó una pieza fílmica sobrecogedora llamada Dulce porvenir, en la que abordaba el peso de la tragedia sobre un pueblo que, por un accidente que involucraba a un autobús que caía a un lago congelado, había perdido a todos sus niños.
La realidad se esmera por no dejarse rebasar por la ficción y esta semana, el pequeño poblado rural de Cruces, en Salamanca, se vio elutado por una tragedia similar. Ocho chiquitos, el 100% del alumnado del único kínder del lugar, junto con una niña de primaria, fallecieron ahogados al caer a un canal la camioneta donde viajaban.
Es una de esas tragedias bíblicas o griegas donde no se puede culpar a nadie. Estamos acostumbrados a que cuando un inocente pierde la vida, haya a quién echarle la culpa y si es alguien odioso, qué mejor, pero ¿qué sucede cuando quien conducía la camioneta era una joven de 19 años, una persona que amaba a sus niños, tanto como para haberlos convertido en los invitados de su fiesta de cumpleaños a la que iban?
Es uno de esos dolores sin salida: sin chivos expiatorios ni villanos. Había dos parejas de hermanos entre las víctimas. Algo que no se le puede desear a ningún padre. Es de esos sufrimientos que escapan a la comprensión, de los que sólo mueven a mirar al cielo para sentirse en la presencia de un misterio.
Descansen en paz: Isaura, Viviana, Elena Guadalupe, Teresita de Jesús, Estefanía, Quetzalit Deyanira, Edgar Michel, Lesli Citlali y Luis Enrique.
1 comentario:
Triste. Muy triste.
Yo empecé a dar clases a la edad de esta maestra, y siento que pudo pasarme a mí en alguno de los viajes que siempre con la mejor intención organizamos.
Si alguien sabe cómo ayudarla, no dude en hacerlo, por favor, pues el daño psicológico que tendrá no será fácil de superar.
Publicar un comentario