En primera, debo mostar mis respetos y admiración por una persona como Denise Dresser, unas de las pensadoras más claras, honestas y puntuales acerca de la realidad político-social mexicana.
Y debo admitir, que en todo, me adhiero a sus razonamientos a favor de la anulación del voto. Comparto totalmente, palabra por palabra, su hastío ante un sistema político "que funciona muy bien para la clase política, pero muy mal para la ciudadanía". Yo también estoy harto de que, en lugar de ese ideal de la democracia de que los mejores nos gobiernen, terminen "representándonos" personajes oscuros, ineptos, amorales, canallas y carentes de otro talento que no sea manipular a sus allegados o trabar alianzas para futuros intercambios de favores.
¿Por qué diablos no tenemos candidatos como Denise Dresser en lugar de la esposa del alcalde de Yuriria, el hermano del gobernador y otras personas con méritos igualmente inexistentes?
Pero también sé que vivo en una las entidades con mayor incidencia de voto duro a favor del PAN, partido que contó con mis simpatías en los noventas, pero que ahora ya veo muy desgastado por el pago de deudas y el reparto de huesos entre su militancia; por su arrogancia; por pintar hasta los barandales de azul; por pensar que todos somos como ellos.
Y sobre todo, sé que los políticos son cínicos. Si no les importan los votos de los demás partidos y de un plumazo gobiernan como si no existieran otras voces ni opiniones, mucho menos les preocupan las personas que se abstuvieron o activamente anulen su voto.
En las elecciones previas de diputados, yo cruzaba mi boleta con la leyenda "Vividores". Pero ahora me urge que haya contrapesos, "que el poder se oponga a los abusos del poder", como idealmente me decía mi maestro de política en la Preparatoria, que las decisiones sean fruto del diálogo, la consulta y el consenso, no del mayoriteo. Por eso, no, no voy a anular mi voto.
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