La noche del viernes, viendo el noticiero de Joaquín López Doriga, me sentí en medio de una película pre apocalíptica cuando empezó a dar su retahila de acciones instrumentadas como parte del plan de contigencia sanitaria por el reciente brote de influenza atípica.
Yo, que hasta la llegada del dengue a León el año pasado había visto las epidemias como asunto noticioso generado en Asia o Africa, quedé impresionado por el nivel de enclaustramiento a la que obligó la más reciente mutación de uno de los virus de la influenza: no sólo las escuelas, sino también los museos, los teatros y hasta los partidos de fútbol cerraron sus puertas el fin de semana en el Valle de México.
Y la cosa ya se hizo mayor, porque al ser San Luis Potosí otro de los epicentros de la infección, la limitación de actividades públicas también se ha extendido para allá, afectando al Festival de San Luis que nomás fue inaugurado el jueves, para ser suspendido del viernes al domingo.
Más virulenta que la influenza, me ha parecido la ignorancia y patetismo de decenas de personas que colman las noticias sobre esta epidemia con comentarios sobre conspiraciones de laboratorios farmaceúticos, virus de laboratorio, malignos planes de Estados Unidos, "gato encerrado" del gobierno y hasta consignas anti-chilangas.
Como si la batalla no fuera de nosotros contra un virus, sino entre nosotros mismos. Como si fuera más fácil cubrirse el sentido común que la boca.
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