Me apena cuando alguien me presenta como “crítico”. Me siento como si me pusieran de inmediato la mismísima piedra del Pípila, debido a la responsabilidad, sapiencia y dominio de la materia que yo les atribuyo a los verdaderos críticos.
Crítico es, no sé, Lázaro Azar, tan capaz de ver si un pianista se equivocó en el compás número tal o si se comió notas en la página x de la partitura. Crítica es Raquel Tibol, que sabe si un pintor novel se anda fusilando un detalle de otro artista menos famoso.
Yo no puedo llegar a tanto. Me asumo más bien como un espectador profesional, lo que si bien no me da mucha profundidad en lo vertical, si me da más margen de maniobra en lo horizontal para cubrir más disciplinas y, sobre todo, me da un poco más de permiso para emocionarme.
Pensaba mucho en el componente emocional de mi trabajo cuando el pasado martes acudí al espectáculo “Memoria viva”, presentado por la compañía canadiense Les Deux Mondes como parte del Festival Internacional de Arte Contemporáneo.
Como esa misma puesta en escena ya la había visto hace cuatro años, cuando vino por primera vez a México durante la edición en curso del Cervantino, creía que no iba a pasar dentro de mí mayor cosa. Después de todo, los espectáculos siempre saben mejor la primera vez.
Grande fue mi sorpresa al constatar que desde el primer momento de un espectáculo que ya había visto, se me puso la carne de gallina y conforme avanzó la representación me asaltó una mezcla de sabrosa melancolía y nostalgia por el futuro. Era casi como si lo estuviera viendo por primera vez.
En escena las diferencias entre la función del Cervantino del 2001 y el FIAC del 2006 eran inapreciables, a excepción de la actriz protagónica (Catherine Archambault en aquella ocasión y Evelyne Rompré en ésta). La diferencia más notable estaba dentro de mí. Yo no era el mismo de hace cuatro años.
Por primera vez, no sentí como una poética exageración esa sentencia zen que dice “nunca se cruza dos veces el mismo río” y por el contrario, sentí más cercano ese título de canción del maestro Gustavo Ceratti que dice “Siempre es hoy”.
Llevar cada noche a un bebé a su cuna termina por hacerlo a uno mucho más sensible a un espectáculo que hable de la infancia perdida, de lo mucho que significan los juguetes y del peso de los recuerdos. Ese es el detalle que me hizo diferente espectador de “Memoria viva”, el río que crucé era el mismo, pero diferente y me abrió otras puertas para conmoverme.
Mi experiencia no tiene nada de única. Nuestra evolución personal nos va reconfigurando internamente casi sin darnos cuenta, de tal modo que las cosas que antes nos gustaban ahora nos abochornan; las que nos parecían despreciables, ahora nos divierten y las que nos parecían sorprendentes a veces se vuelven rutinarias.
El punto es que debemos ser capaces de retarnos a nosotros mismos. Ponernos ante una obra de arte como si fuera la primera vez y dejar que nos suceda lo que tenga que suceder. Como diría Germán Dehesa, dejar que la vida nos haga de cosas.
Ojalá que estos días de FIAC nos hayan ayudado a darnos la oportunidad de sorprendernos y conmovernos, más allá de que consideremos que el arte contemporáneo es extraño y poco amigable. Más allá de que digamos, “Ay, eso ya lo ví”. La verdad es que siempre es hoy.
Esta semana inició el período de entrega de fichas de la nueva licenciatura en Cultura y Artes que ofrecerá
Es digno de aplauso que se ofrezca esta atractiva alternativa a los jóvenes que deseen formarse profesionalmente en el campo de la cultura, aunque no deja de llamar la atención lo insólito de combinar en un solo programa lo que en otras latitudes serían entidades separadas: la creación artística y la gestión cultural.
Ojalá no pase mucho tiempo antes de que se abran posgrados, puesto que gente interesada la hay. ¿Qué tal una maestría en crítica de arte? A lo mejor así, su servidor ya no se apena cuando lo presente como crítico.
Publicado en AM León el 6 de mayo de 2006.
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