Aunque detesto el género "duranguense" hasta con la última de mis vísceras -debido que se me hace uno de los grados de involución más degradantes y chabacanos de la música-, nunca le he deseado la muerte a ninguno de sus exponentes.
Aún así, a raíz de los asesinatos de esta chica de la que nunca había oído nombrar y del vocalista de K-Paz de la Sierra, he visto con asombro como la música grupera mexicana se anda convirtiendo en nuestro equivalente al "gangsta" estadounidense, género tan famoso por sus asesinatos entre artistas como por sus productos musicales.
Estos acontecimientos no hacen más que enfatizar nuestra fragilidad y evidenciar lo fácil que está siendo perder la vida en este país, sin que la fama ni el dinero sean suficientes atenuantes. Aún recuerdo el pasmo que me causó la muerte de Selena. En esos tiempos era inconcebible que una figura de su estatura pudiera ser baleada como si cualquier cosa y ahora pareciera que, con "levantones" con 10 suburbans y torturas de por medio, aquello se queda como una inocentada.
Yo sólo espero que la muerte del vocalista de K-Paz no sea pretexto para que nos metan su música hasta en la sopa, aunque yo creo que deberé resignarme, como me pasó con Valentín Elizalde, a que toda camioneta que circulaba a mi lado lo traía a todo volumen.
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