Y esto comenzó. Seguro que muchos pensarán que un concierto acústico de Joan Manuel Serrat es algo muy opuesto a lo aparatoso y espectacular que se supone debe ser una inauguración de festival, pero siento que era congruente dado que Cataluña era la invitada de honor y Serrat, desde hace varias décadas, era el mayor embajador de esa región ibérica en nuestro país, donde se exilió durante los años finales del Franquismo.
Además, el público era 100 x 100 Serrat. Típico que en la Alhóndiga se sientan muchas personas nomás "a ver qué va a haber" y a los 15 minutos de empezada la función se van porque no les gustó. Aquí no. Nadie se movió, quietecitos y atentos, a pesar de la llovizna-rocío que anduvo cayendo en el primer trecho del concierto.
Bien el Serrat. Es lo que es. Sin duda es muy ameno en su charla, su elegante irreverencia y sus canciones tatuadas en el alma de varias generaciones. Me preocupé, porque el catalán no es de mis favoritos y "Penélope" se me hacía tan difícil de digerir como las canciones de Mocedades (¡horror!) pero ahora... se me borró esa adversión. No es que me guste. Pero se me anuló el sentimiento negativo. ¿Ya estaré dando el viejazo?
Mención aparte la seguridad. Wow. Detectores de metales para todos, incluyendo los 3 mil que se acomodan en las graderías y que hicieron una fila que casi llegaba hasta el Mercado Hidalgo. Supongo que deberemos acostumbrarnos.
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