noviembre 16, 2006

Sorpresas, sorpresas

No se puede uno ir a descansar el Día de Muertos, porque luego luego le descomponen a uno el changarro. Vaya sorpresa que es la noticia del cese de Laura Lozano como director del Centro Cultural Guanajuato a menos de ocho meses de haber sido nombrada.

Tal cosa es signo de un reacomodo total en la estructura cultural de la entidad, algo que seguramente se atrasó porque cuando entró la actual administración estaba el Festival Internacional Cervantino con los dedos en la puerta, pero ya sin ese pendiente, seguramente Juan Alcocer Flores, director del Instituto Estatal de la Cultura, busca rodearse de gente de su círculo.

Aunque al CCG le ha fallado un poquito la difusión después de su inauguración (primero por una ex funcionaria de comunicación de quien no vamos a decir su nombre, pero que en lugar de construirse la buena voluntad de los medios se dedicó a pelearse con todo mundo, y después por los inacabados reacomodos en el área), no se le puede regatear a Laura Lozano la efectividad de su trabajo en tan poco tiempo.

La mujer prácticamente creó de cero la estructura operativa del CCG y estructuró una programación innovadora, muy atractiva y al alcance de todo mundo. Desde que abrió sus puertas, la institución ha presentado espectáculos de gran talla sin cobrar un solo peso y atraído a un público inédito.

La gente que llenó la presentación de Sarruga el pasado 21 de octubre, por ejemplo, era muy diferente a la que suele ir al Teatro Doblado o incluso la Plaza Fundadores. Es más, hasta había bastantes renegados que ya no se aparecían a ningún evento de ese tipo.

Inacabado, pero el trabajo de Laura Lozano había dejado claro que ese era un buen rumbo para el CCG. Ojala que quien llegue en su lugar entienda el rol vanguardista que tiene este complejo cultural y actúe en consecuencia. Lo feo es que la gente que pueda estar a la altura se cuenta con los dedos de una mano.

Sorpresa buena
No creo ser el único que había dejado de tener fe en el Encuentro de Teatro. Varios años de haber visto como el amateurismo más acentuado se había adueñado de la escena y como los teatreros “serios” le hacían el feo al evento, le habían quitado lo placentero al hecho de ocupar una butaca.

El nihilismo se tambaleó necesariamente el pasado domingo, cuando tocó el turno del Centro de Artes Escénicas, el grupo dirigido por Héctor Castillo, que presentó “Malas palabras”, un monólogo entrañable original de Perla Szuchmacher protagonizado por una escritora que recuerda cómo se enteró de que era hija adoptiva.

Algo totalmente fuera de lo normal fue que el Teatro Manuel Doblado estuviera lleno casi en su totalidad, mérito del que sólo disfrutaban los Bichir, el Ortiz de Pinedo o el cien veces trasvestido (en “La Señora Presidenta”) Gonzalo Vega.

Llenar el Doblado, con la estrategia que haya sido, lo logró no uno de los grupos de primera línea, sino una compañía discreta que, alejada de grillas, se ha dedicado a hacer lo suyo, conquistando como escenario teatral de fin de semana el auditorio de la Normal Oficial.

La segunda sorpresa, después del amplio poder de convocatoria del CAEL, ha sido la más que buena factura del montaje. Laura Rodríguez, la actriz que lleva el monólogo ha hecho un trabajo que no le pide nada al que hiciera Haydee Boeto hace tres años, cuando “Malas Palabras” vino al FIAC con el grupo de la propia Perla Szuchmacher.

Por ello, y además por sus 10 años de trabajo (varios de ellos como compañía residente de la extinta promotora independiente La Floración del Mezquite), el grupo de Héctor Castillo y Montserrat Segura tenía más que merecido el aplauso tumultuoso que se llevó en el Doblado.

No le podemos recomendar que vea “Malas palabras” porque este fin de semana concluye su temporada en la ENOL (devela placa de 50 funciones mañana), pero puede estar seguro de que cualquier otro montaje de CAEL podrá ver esa misma seriedad y amor al teatro. Ya mero estrenan su pastorela y convendría que se diera una vuelta.

Quien esto escribe no puede presumir de haber visto todos los montajes del Encuentro, pero parece que es hora de volver a creer en los teatreros locales.

Versión definitiva de la columna publicada en A.M. León el 4 de noviembre de 2006. Se acortó el segmento dedicado al CAEL y desapareció el de Grisell Villasana.

No hay comentarios.: