Mientras estuve de vacaciones me desconecté casi por completo de los medios informativos. Sólo de vez en cuando chequé la edición web de A.M. y algo que me dio mucha tristeza fueron los niveles de contaminación que tuvo León tras la Navidad y Año Nuevo, en buena parte debido a la costumbre de las fogatas y quema de llantas.
Como lo pueden leer, tuvimos el lujo de tener niveles superiores a los del DF. Y más pena me dieron las expresiones de desdén de la gente a la que, finalmente, las autoridades les apagaban la fogata en la noche de Año Nuevo.
Creo que hay una gran diferencia entre ser habitantes de una ciudad y ciudadanos. Nos falta muchísima cultura cívica para entender que nuestras acciones, por más simples que parezcan (tirar la bolsita de frituras que se va al drenaje, prender la fogata, no verificar el coche) se suman y tienen una gran repercusión.
Solemos pensar que las preocupaciones por el medio ambiente son cosa de hippies, de fanáticos de Greenpeace o una moda de filiación, que León no es el DF y que no estamos tan mal. Que los que contaminan son los camiones urbanos y los autos chocolate. Que la culpa es de las ladrilleras. En fin, siempre estamos pensando que la "culpa" la tienen otros.
No es viable que sigamos así. Un poquito de conciencia nos debe de quedar. Los defectos y virtudes de una ciudad son la suma de los defectos y virtudes de cada uno de los individuos que la habitan. ¿O qué? ¿Vamos a esperar que, como sucede en la película "El día que la tierra se detuvo", venga una entidad extraterrestre a barrer con nosotros por ser un peligro para el planeta?
enero 12, 2009
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