Medio mundo lo sabe: el autor de esta columna ya no se cuece al primer hervor y más que el crujidito de la rodilla al momento de levantar a su hijo, lo que pone en evidencia la edad es confesar que uno trabajó en la primera Feria del Libro de León, allá por el verano de 1989.
Así que si les digo que este evento ha crecido, es porque todavía tengo mi programa completo de actividades de aquel año: un modesto díptico de cuatro caras en tamaño media carta y porque, esculcando en esas cintas de video de 8 mm que uno siempre promete que va a editar y nunca lo hace, me topé con unas tomas de esa ya lejana época en que el Poliforum se llamaba Conexpo y los números de teléfono tenían cinco cifras.
Este año la Feria del Libro alcanza su “mayoría de edad” al llegar a su 18ª edición. Fuera de la Muestra Regional de Danza Folclórica organizada por la Casa de la Cultura Diego Rivera (que ya superó las 20 ediciones), no hay programa cultural más longevo en León que la ahora denominada FeNaL.
Muy significativo es pues que el más perdurable de los proyectos culturales leoneses sea precisamente el que está dedicado a la lectura y los libros: una necesidad y hábito tan necesarios de reforzar y con cuya ausencia cualquier política de desarrollo cultural estaría coja.
Dejemos de pensar por un momento en que la FeNaL jamás será como la FIL de Guadalajara (ni lo pretende, países con mayor tradición editorial se conforman con tener una sola feria de ese tamaño), en que ya no se le menciona “entre las tres primeras ferias de su tipo en México” (básicamente porque ya no tiene la etiqueta de “Infantil y Juvenil”) y en que un solo evento no basta para hacer que la gente lea.
Más allá de todas esas pajas que se le quieran poner en el ojo ajeno, la Feria del libro tiene un gran valor para la vida cultural de la ciudad precisamente porque hace visibles, accesibles y amables los libros y porque ha defendido por ya casi dos décadas la verdad de que leer es una experiencia divertida, enriquecedora y que va más allá de las obligaciones escolares y los libros de texto.
Cuando la Feria del Libro inició, cabía enterita en una sola planta del Conexpo; las presencias literarias eran exclusivamente las que tenía a bien enviar el Conaculta y casi ninguna editorial de peso enviaba a sus estrellas al evento.
Ahora, las salas de conferencias de la Feria del Libro apenas se dan abasto con el número de presentaciones editoriales que tienen lugar durante la FeNaL y ya se ha vuelto habitual ver en ellas a figuras de “rating”: desde Germán Dehesa hasta Xavier Velasco o, en ediciones pasadas, a Carlos Monsiváis, Paco Ignacio Taibo o Cristina Pacheco.
Más que por la persistencia de los organismos públicos que la auspician o el convencimiento de los editores que ven que ya vale la pena venir a León, el crecimiento de la Feria del Libro se debe a la gente: a los lectores que quieren ponerse al día con las novedades, a los que acuden fieles a la cita con su escritor favorito, a los que la eligen como su alternativa de ocio durante el mes de mayo, a los que simplemente sienten que deben estar ahí.
Por ellos es que la Feria del Libro llega hoy a 18 ediciones y por esos papás que se animan a llevar a sus hijos, como quizás a ellos los llevaron hace unos años, es que vale la pena contribuir a que este evento sea cada vez más grande.
¿Qué cómo si yo no soy escritor ni autorizo el presupuesto para que se haga la Feria? Simple, vaya (es gratis), llévese el libro que mejor “le haya cerrado el ojo” y deje que, como dice Germán Dehesa, “la lectura haga que le pasen cosas”.
Buena señal
Algo muy bueno debió ver el Instituto Estatal de la Cultura en la Feria del Libro de León para animarse a enmarcar en ella no sólo el Encuentro Nacional de Escritores y Promotores de Lectura, sino también la entrega de sus Premios Nacionales de Literatura.
Es un gesto altamente positivo, muy alejado de esos irritantes celos institucionales que a veces no hacen más que debilitar iniciativas valiosas. Es sin duda una buena seña y ejemplo de colaboración entre organismos que esperamos se extienda y repita.
Publicado en A.M. León el 12 de mayo de 2007 (sí, ya sé. No tenía tiempo ¿ok?).
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