octubre 06, 2007

Batea de celos

Pedazo de cacho (expresión muy española) de obra de teatro que nos han recetado los lituanos de Meno Fortas. El "Otelo" dirigido por Eimuntas Nekrosius es una de esas cosas que teminan de gustarte horas después de que terminó la función, una vez que te cayó el veinte de las cosas vistas.

Cuando Paco Martínez, el hombre detrás del supertitulaje de todos los espectáculos del Cervantino, me mencionó que la obra duraba cuatro horas, lo primero que pensé fue: "Váyanse al diablo". No hay nada que me cause más fobia que un espectáculo excesivamente largo y creo que para un clásico de Shakespeare, dos horas y media eran suficientes (Me chuté las cinco horas del "Felipe Angeles" de Luis de Tavira hace algunos años y me dije ya nunca más).

Sin embargo, me entró el síndrome de la señora que no se pierde la novela de las 8. No me quería ir, tenía qué ver en que terminaba todo, no tanto porque no supiera el argumento de Otelo, sino porque la puesta en escena fue creando un influjo hipnótico por sus "extravagancias": su utilería surrealista (chequen nomás la foto, con Otelo llevándose sus naves a Chipre), unos hombrecitos que se pasaron toda la función agitando unos bidones con agua al fondo del escenario y su extensivo uso de "leit-motivs" diversos.

Claro, también contó la grata presencia de Desdémona (una chica llamada Egle Spokaite que en realidad no es actriz, sino bailarina) y la actuación de primera línea de todo el elenco.

Me sigue gustando más el teatro alemán que el lituano (antes había visto un Ricardo III, dirigido por Rimas Tuminas), pero no me arrepiento nadita de haber sido testigo del Otelo de Nekrosius. Con los pocos montajes internacionales que vienen a esta edición del FIC, no me extrañaría ni un poco que este haya sido el mejor.

Crónica completa en A.M.

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